Es un señor buena onda que se dedica a vender diversos productos en algunos tribunales del Poder Judicial del Estado. Él, como muchas personas más, han hecho de los servidores públicos judiciales sus clientes cautivos, de tal manera que han realizado una vasta red de venta de productos, a crédito la mayoría de las veces. Esto había sido común para mí, hasta que vi a este buen hombre haciendo su labor en una oficina del gobierno central en la que yo me encontraba por azares del destino; dándome cuenta que tenía bastante alcance su producción de lácteos.
Ahora, reflexionando en ello, me asombro al pensar en cuántas personas se benefician de la centralización de las oficinas públicas, pues éstas dan la oportunidad de que afloren diversos negocios que tienen que ver con la gestoría, los productos alimenticios u otros múltiples servicios. Lo anterior lo refiero porque yo, como muchos compañeros más, hace varios años atrás nos beneficiamos del servicio de uno de estos comercios... era el restaurante “El club” (creo que ya desapareció) que ofrecía ricas comidas a crédito (creo que esta fue la causa de la desaparición), por las cuales sólo firmábamos un sencillo recibo que se nos cobraban en la respectiva quincena. Recuerdo con nostalgia cuando aparecía el cobrador cómo nos entraba el temor de la cuenta total y buscábamos en nuestros bolsillos hasta el último peso, pero claro, había unos que con maestría se camuflajeaban para no pagar, ipso facto se confundían entre las cajas de archivo, los libreros y los más recónditos rincones del juzgado, pero siempre eran los menos.
Asimismo, una buena parte de mi biblioteca jurídica la he adquirido por los vendedores que han venido a mi centro de trabajo con las mas recientes “novedades” literarias. Recuerdo al señor que me vendía los libros, debidamente trajeado (en un estilo que he denominado “daltoniano” por la incoherencia de colores), insistiéndome, “ándele joven, traigo este libro que es lo más reciente que ha escrito Don Piero Calamandrei”, bueno, siendo lo más reciente de alguien que murió en 1956, me resultaba interesante, así que lo compraba, obviamente, en cómodas quincenas.
La realidad es que estamos tan absortos en nuestro trabajo que no nos detenemos para observar la riqueza de todas estas vivencias que en verdad fortalecen nuestra existencia. Pasan los días, pero sabemos que no serían iguales sin haberte boleado los zapatos con el “Borrado” quien entre trapo y grasa te cuenta las penalidades de los “Tigres”, el equipo de sus amores, o bien, disfrutar la mañana cuando llegas al trabajo y en las inmediaciones del Palacio de Justicia ves a doña Eulalia, la de las comidas, en medio de la nube de gente que le hace sus peticiones gastronómicas.
Podrán cambiar nombres y faenas, la verdad es que todos podemos convivir con diferentes personas con las que hemos creado ese vinculo de mutua dependencia, y lo hacemos porque lo disfrutamos, al menos yo me divierto comprando o viendo toda esa variedad de productos que tengo la oportunidad de apropiarme, aunque no lo haga nunca, porque lo que vale no es propiamente el producto, sino vacilar con la señora de la joyería que te enseña los anillos con una piedra roja, como para Pedro Navajas, o con “Chalío” el que lava los coches, a quien le das la confianza de tus llaves y lo que guardas en tu vehículo, sabiendo que lo peor que puede pasar es que limpie las llantas con una sustancia que las deja muy brillantes pero que atrae a cientos de moscas.
Socializar, esa es la palabra, socializar, saber que cada persona con quien nos toca convivir es importante para nosotros, porque eso somos, animales sociales, seres que dependen de otros, pero que además, gozamos de sus prendas que le ponen sazón a nuestras vivencias diarias.
Bueno pues, pronto será la hora de comer, ¿mmmh... qué se me antoja, qué se me antoja?, que bueno saber que cuando se presente la necesidad, podemos contar con nuestros proveedores que siempre están ahí, a la orden y mejor aún, a crédito. Tal vez no estén de acuerdo conmigo, tal ves sí, por lo pronto ahí se quedan ¡yo me voy a las “Comidas Regias”!.
Ahora, reflexionando en ello, me asombro al pensar en cuántas personas se benefician de la centralización de las oficinas públicas, pues éstas dan la oportunidad de que afloren diversos negocios que tienen que ver con la gestoría, los productos alimenticios u otros múltiples servicios. Lo anterior lo refiero porque yo, como muchos compañeros más, hace varios años atrás nos beneficiamos del servicio de uno de estos comercios... era el restaurante “El club” (creo que ya desapareció) que ofrecía ricas comidas a crédito (creo que esta fue la causa de la desaparición), por las cuales sólo firmábamos un sencillo recibo que se nos cobraban en la respectiva quincena. Recuerdo con nostalgia cuando aparecía el cobrador cómo nos entraba el temor de la cuenta total y buscábamos en nuestros bolsillos hasta el último peso, pero claro, había unos que con maestría se camuflajeaban para no pagar, ipso facto se confundían entre las cajas de archivo, los libreros y los más recónditos rincones del juzgado, pero siempre eran los menos.
Asimismo, una buena parte de mi biblioteca jurídica la he adquirido por los vendedores que han venido a mi centro de trabajo con las mas recientes “novedades” literarias. Recuerdo al señor que me vendía los libros, debidamente trajeado (en un estilo que he denominado “daltoniano” por la incoherencia de colores), insistiéndome, “ándele joven, traigo este libro que es lo más reciente que ha escrito Don Piero Calamandrei”, bueno, siendo lo más reciente de alguien que murió en 1956, me resultaba interesante, así que lo compraba, obviamente, en cómodas quincenas.
La realidad es que estamos tan absortos en nuestro trabajo que no nos detenemos para observar la riqueza de todas estas vivencias que en verdad fortalecen nuestra existencia. Pasan los días, pero sabemos que no serían iguales sin haberte boleado los zapatos con el “Borrado” quien entre trapo y grasa te cuenta las penalidades de los “Tigres”, el equipo de sus amores, o bien, disfrutar la mañana cuando llegas al trabajo y en las inmediaciones del Palacio de Justicia ves a doña Eulalia, la de las comidas, en medio de la nube de gente que le hace sus peticiones gastronómicas.
Podrán cambiar nombres y faenas, la verdad es que todos podemos convivir con diferentes personas con las que hemos creado ese vinculo de mutua dependencia, y lo hacemos porque lo disfrutamos, al menos yo me divierto comprando o viendo toda esa variedad de productos que tengo la oportunidad de apropiarme, aunque no lo haga nunca, porque lo que vale no es propiamente el producto, sino vacilar con la señora de la joyería que te enseña los anillos con una piedra roja, como para Pedro Navajas, o con “Chalío” el que lava los coches, a quien le das la confianza de tus llaves y lo que guardas en tu vehículo, sabiendo que lo peor que puede pasar es que limpie las llantas con una sustancia que las deja muy brillantes pero que atrae a cientos de moscas.
Socializar, esa es la palabra, socializar, saber que cada persona con quien nos toca convivir es importante para nosotros, porque eso somos, animales sociales, seres que dependen de otros, pero que además, gozamos de sus prendas que le ponen sazón a nuestras vivencias diarias.
Bueno pues, pronto será la hora de comer, ¿mmmh... qué se me antoja, qué se me antoja?, que bueno saber que cuando se presente la necesidad, podemos contar con nuestros proveedores que siempre están ahí, a la orden y mejor aún, a crédito. Tal vez no estén de acuerdo conmigo, tal ves sí, por lo pronto ahí se quedan ¡yo me voy a las “Comidas Regias”!.